Carta a José Radrigán.

Nota: Cuando uno está sobre inspirado y empieza a recalentar las ideas, de repente le dan ganas de escribirle a un escritor que jamás les va a responder. Eventualmente, también podría pasar que haga pública la carta. Son el tipo de cosas que escribes y te da risa y vergüenza leer, y publicas pensando «lo que sea». Esta es la faceta hiperventilada. 

Buenas «algos», admirado señor Radrigán.

Mi nombre es Pamela y tengo diez y ocho años. La intención de esto no es contarle la historia de mi vida, o lo interesante que podría llegar a ser. Le ruego, siga leyendo y verá mi punto.
Verá, no es por subirle el ego, simplemente me sincero diciéndole antes de desarrollar lo escencial que se me hace más que difícil escribirle esto. Usted es una persona que, ya sabe, es bastante nombrado por las letras, y mis historias apenas han sido leídas por «Concepción en 100 palabras». Se hace evidente la diferencia, sin embargo, hoy luego de reflexionar profundamente, creo que he tenido que escribirle, le guste o no cómo lo haga (aun que entre nos, me importa bastante) así que de verdad espero que usted lea este mensaje, o al menos llegue a sus oídos que «alguien ha dicho que lo considera importante». En fin.
Comencé a escribir con música de fondo pop sobre temas como el amor platónico o las injusticias cometidas en Gaza a los once años. Un tiempo después, mi profesor de lenguaje se enteraba de que escribía. Así que, sí; sacaba provecho de lo que él llamaba talento para sacar unas décimas extras en clase de lenguaje.
Comencé a madurar. Empecé a quitarme la cáscara dura que cubría mi mente. Me di cuenta de varias cosas, que a usted lo más probable es que no le importen. Pero me desquitaba escribiendo. Y fue ahí cuando me di cuenta de la gran herramienta que tenía en mis manos. También pensé, erróneamente que escribimos mejor cuando estamos tristes o enojados porque creemos tener las palabras más a flor de piel que en otros momentos más felices o neutros. Hoy en día, pienso que debemos acostumbrarnos a saber qué es lo que queremos escribir y relatar.
Hace dos años me dijeron que escribiera un ensayo literario sobre usted, porque decían que argumentaba bien y todo el asunto. No tenía ni la menor idea de quién era, o que hacía teatro. Como vivo en Concepción, cualquier cosa que diga «dirigido por el famoso director ganador de (agregue premio)» cuesta demasiado caro, y claro que a mi edad, yo no tengo cómo pagar eso. Así que comencé buscándolo por internet. No llegué a esta página que yo recuerde, pero si llegué a un video que me marcó mucho, en donde usted da una entrevista diciendo que no tenía patrones sobre cómo escribir.
Debo serle sincera. Veo libros, veo videos. Veo muchas cosas a las que no podré asistir, veo muchas cosas en la librería que no leeré. Porque no las puedo leer, por dinero. No me pondré a discutir sola acerca de lo injusto que es el tema para la gente que si le interesa leer algo que no sea el Quijote de la Mancha o el Miocid. Así que, le diré que no he leído ninguna cosa de usted, y, aparte de aquel video, tampoco he visto cómo usted maneja el escenario para transformarlo en su pluma. Sin embargo debo decirle que jamás me sentí tan complacida de compartir pensamientos con alguien como usted.
Pasé por muchas fases, en las que creía que no se debía estudiar la literatura, ni analizar a otros escritores porque influía en la forma de expresión de uno. Luego pensé que el enriquecimiento personal partía por el nectar de otros. Pero siempre, siempre creí que lo que se escribía no debía tener límites. Lo verá con todo lo que le digo por aquí, que tanta cosa saco de sólo decirle que comparto su visión literaria.
Hoy en día mi estilo es algo que no he podido clasificar bien -el colmo para mí- quizás entre lo onírico, lo espiritual, algo que probablemente no pueda meter a los teatros de una forma clásica. Es la consecuencia de algo que creía, que no sabía cómo expresar, hasta que vi su video, señor Radrigán, y me dije «Caray, esto es» -No, en realidad no dije caray, dije otra cosa- Y bueno, gracias por eso. Gracias por decirle al mundo que estas burbujas no poseen límites de expansión ni lugares clásicos en dónde flotar. No sé qué visión tiene sobre las entrevistas. No lo analicé demasiado en aquel ensayo, pero si lo suficiente para mandarle esto. Pero dese cuenta que aquella entrevista ha servido al menos de algo. Eso creo yo.
He reflexionado todo este rato, mientras lo escribo y concluyo que doy gracias a la coincidencia por iluminarme el camino. Quizás me lo hubiese topado en algún otro momento de mi vida. Pero el asunto es que usted llegó en un momento en el que yo necesitaba. Y en fin. Es todo lo que tengo para contarle.
Espero que tenga un buen día, señor Radrigán.

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